Un triste anuario

Cuando era bastante más joven era un lector voraz, aunque eso fue antes de la generalización de internet como servicio ubicuo. Y no, no es que internet me haya restado horas de lectura, que también, sino que gracias a la red global me he dado cuenta de, en el mismo lapso temporal que yo tardo en leerme un libro, hay personas que se meriendan tres, once o equis elevado a otra equis. Total, que, elimino el calificativo para mi descripción personal, y aunando los dos factores iniciales, retomo que cuando era bastante más joven, era lector (a secas) y no existía internet no ya en el móvil, sino en el hogar como algo habitual. No voy a añadir que el teléfono celular aludido tampoco era habitual, porque esto se nos podría hacer eterno…

El tema es que el acceso libre a la información estaba bastante más sesgado, y no digamos ya si vivías en un chalet alejado del mundanal ruido y no poseías carnet de conducir (con esto me refiero a que el paseo hasta la biblioteca no resultaba una opción viable). Con este contexto, llegado el momento, incluso un lector no voraz se terminaría los libros presentes en todas las estanterías de su casa. Y no es que existiesen pocos, ni mucho menos, pero tampoco estamos hablando de que dicha morada fuese la Biblioteca de Alejandría. Aunque existía un libro cuya lectura me resistía a acometer, uno que, por lo que su cubierta informaba, podía tratarse de un mero anuario. Repito: en aquel momento, internet era poco más que una utopía, al menos en mi caso, así que recabar información sobre el libro se correspondía con empezarlo. He de añadir que, en dicha etapa de mi existencia, comenzar un libro equivalía a terminarlo sí o también, tanto si me agradaba como si sentía que entre sus palabras se me estaba escapando la vida, así que comenzar su lectura constituía todo un compromiso. Y no sé, nunca me llamó tanto la atención, así que postergué la lectura de aquel ejemplar todo lo que me fue humanamente posible.

Agotadas las lecturas, relecturas y requetelecturas de todos los volúmenes de Súper Humor, con esos Carpanta, Zipi y Zape y demás creaciones de Escobar que no es que me causasen demasiada gracia (pero me leía igual), y los Sacarino, Pepe Gotera y Otilio y las joyas de la corona que son Mortadelo y Filemón, pues la obra de Ibáñez conforma un pedazo grande de mí, toda novela todavía inédita aposentada en un estante de aquella casa fue cayendo sin prisa pero sin pausa. A día de hoy repito frases de La Odisea tanto si vienen a cuento como si no, porque aún me repiquetean esos “¿Quién eres y de dónde procedes? ¿Quiénes te han traído y quiénes se precian de ser?” dentro de la cabeza y necesito sacarlos, igual que aquello de “la Aurora de rosáceos dedos”, que si Homero no lo repitió todos los días que amaneció durante el viaje de Ulises, no lo repitió ninguna. ¡Como para olvidar a la tal Aurora! También guardo recuerdos de las novelas de tapa dura y papel amarillento cuyo título sonaba a películas antiguas, como Los insaciables y Hombre rico, hombre pobre. Sobre todo me acuerdo de Gretchen, y no por su personaje en la historia, sino por su nombre. Es un nombre que no me gusta en absoluto, pero que me llama poderosamente la atención, hasta el punto de que casi aparece en LCDOM bautizando a una de las hermanas de Axel. En fin, me leí aquellos volúmenes de aspecto poco apetecible, comprados seguramente durante la juventud de mi madre, otra lectora, pero seguía sin llamarme aquel otro ejemplar a pesar de que sus hojas resultaban igual de amarillas y su aspecto exterior me resultaba igual de atrayente que el nombre de Gretchen. Era injusto, pero me leí esas historias y marginé el otro ejemplar. No me llamaba. Ya está.

Me leí un libro que se caía a cachos, aunque más que un tomo era la madre de todas las odas al absurdo: la Antología del disparate original, cuyo origen desconocía pero que en la estantería de casa estaba, así que bien. Respuestas de exámenes reales de unas materias cuyos contenidos ya no me sonaban de mi plan educativo, pero ahí estaban. El ejemplar que albergaba en mi hogar estaba despegado, estaba descolorido, estaba descosido y, en resumidas cuentas, daba mucha pena, pero me lo leí antes que el otro libro ya mencionado. Así aprendí que, para algún estudiante que otro, la contestación correcta a “Un animal domesticado” era “El ser humano”, lo cual no se puede refutar. Pero lo que evoco sin esfuerzo a día de hoy son los fragmentos de redacciones con la temática “Un día en el campo”. Puedo recordar con claridad que “es belleza ver a las hormigas ordeñar a los pulgones”, y si lo decía aquel alumno yo me lo creo, mas el extracto “una prisa pasmosa nos acelera la velocidad hacia la vivienda o casa” lo tengo grabado a fuego, y no sé porqué.

Llegó un día en que no quedaban más libros en mi casa por leer, lo cual, como ya os he explicado, era mentira cochina. Solo faltaba uno; ese que, por lo que yo sabía, podía no ser más que un triste anuario. Pero bueno, no quedaban más, así que cogí el supuesto anuario y empecé a leerlo. No sé si, con esa pírrica pista, habréis adivinado ya de qué título se trataba.

1984.

Sí, ese libro. Había tenido delante de mí 1984 todo el tiempo, pero no me había dignado a abrirlo. No me llamaba en absoluto el libro que más impresionado me dejó hasta aquella fecha, y desde entonces hasta varios lustros después. Quizá fuese precisamente porque no esperaba nada de ese libro, o tal vez solo sea que estoy hablando de 1984 y sobran las palabras. Aun a día de hoy, tan solo dos novelas me han absorbido (Absorber: 4. tr. Atraer la atención de alguien o mantener a una persona ocupada por completo) tanto como aquella, y una de ellas solo porque la mitad la compuse yo.

Hoy, 23 de abril, es el Día Internacional del Libro (y de los Derechos de Autor, lo cual nos importa bastante menos… hasta que se vulneran los nuestros propios), y desde el Otro Mundo, queremos brindar homenaje a todos los libros, pero muy especialmente a los que os han hecho sentir como 1984 me hizo sentir a mí. ¿Como un auténtico idiota, por no saber lo que tenía delante y me negaba a leer? Pues no, pero igual puede que sí. La pretensión es celebrar la llegada a nuestra vida de ese libro que nos ha cogido por sorpresa y su paso por nuestra existencias se ha convertido en un recuerdo imborrable. Solo es un libro, solo es una historia, y para nada es solo un libro y solo una historia, sino parte de nuestra experiencia vital, de nosotros mismos. Y puede que en la actualidad internet sea un recurso inexcusable, pero, con toda franqueza, cuando se trata de escoger la próxima lectura, de vez en cuando y como mucho mucho, tecleo el título en el buscador y me fijo en las estrellitas doradas que aparecen de primeras, sin entrar en los recursos que las exhiben para ampliar información. No se trata de evitar las reseñas, porque tampoco vamos a negar que sí leemos de vez en cuando y que alguna vez nos ha llevado a acometer una nueva lectura, porque no se trata de excluir oportunidades. No, es otra cosa. Al igual que ocurrió con la novela protagonista de esta entrada, busco que ese nuevo ejemplar me golpee por sorpresa, me deje tocado por inesperado, me suma en la fascinación debido a la carencia de expectativas. Y dicha táctica podría no haber funcionado nunca, pero dado que ya lo volvió a lograr, todo suma.

Retomando el asunto: hoy, 23 de junio, os deseamos a todos un muy

¡FELIZ DÍA DEL LIBRO!

en general, y en particular se lo dedicamos a esas historias que nos hicieron entender lo que en realidad puede significar para alguien un libro.

19 comentarios en “Un triste anuario

  1. Bueno, ahora tienes muuuuuuchos libros a mano (por lo menos los días laborables).
    Me has recordado que en casa de mis padres había un libro, «Raíces», que me llamaba muchísimo la atención, lo sacaba a menudo del estante, pero nunca, fui capaz de leerlo. Voy a buscarlo.
    ¡Feliz Día de Libro!

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      1. Como decía un antiguo entrenador de balonmano por estos lares, «en el vestuario, todos colegas». Pues en el Otro Mundo, lo mismo: ¡todos colegas!
        La realidad ya se las apaña para ser aciaga fuera de la comunidad cibernética como para no ser todos colegas aquí dentro…

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  2. A mí me pasó algo parecido con Dune. Con ese título me esperaba una novela de tuaregs y beduinos, algo estilo Lawrence de Arabia. En nuestra casa de campo teníamos dos lectores, mis padres, y montones de libros que iban y venían, prestados y comprados, pero nunca me atreví a preguntarles por recomendaciones, sólo cogía el libro y ea, a devorarlo. Sorprendido me quedé cuando lo empecé. ¡Feliz día del libro!

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  3. Me he identificado con gran parte de lo que cuentas… En especial en los meses de Verano en el pueblo, con muchas horas muertas y sin ninguna biblioteca a una distancia razonable. Era el momento de abrir libros que no te habían llamado la atención hasta el momento e incluso de de releer otros que te gustaron.

    Ahora hemos perdido un poco eso, con casi todo, antes de leer o de comprar algo has mirado reseñas y sabes lo que te vas a encontrar… por un lado es bueno, por otro se pierden las sorpresas, ¿verdad?

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    1. Como bien dices, es más difícil encontrar lecturas que te sorprendan. No nos queda otra que coincidir en que tiene sus pros y sus contras, ya que, dado el volumen de libros en el mundo y nuestro limitado tiempo, es mejor invertirlo en mejores o más apropiadas lecturas. No obstante… eso, la sorpresa se atenúa. Pese a ello, quiero mandar un mensaje de esperanza al respecto, puesto que si bien es más complicado que una lectura te pille por sorpresa, puede ocurrir. En mi caso, dos décadas después de ser asaltado por ‘1984’, me vi subyugado por ‘Flores para Algernon’, del cual solo sabía (porque no me molesté en indagar, claro) que estaba catalogado como novela de ciencia ficción, que tenía muchas estrellitas de valoración y que el título no me atraía en absoluto. A lo que voy es que 20 años son muchos, pero nunca demasiados para que las sorpresas ocurran y las mismas emociones, verte arrastrado a una historia de forma irremisible, te embarguen.
      ¡Aún hay esperanza!

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  4. Me has hecho recordar muy buenos momentos…siempre con un libro en la mano para disfrutar de nuevas historias, esa emoción de abrir un libro simplemente porque te ha gustado la portada, o no sabes porqué, pero algo en él te ha llamado… esa sensación no tiene comparación.

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