Una vida inmarcesible

Sin previo aviso, la octogenaria rompió el silencio.

−¿Cómo se llamaba la película que vimos anoche?

Para su compañero de vida, apenas un par de años mayor que ella, aquella súbita cuestión, brotada de la nada más absoluta, no le cogía por sorpresa. La mente de su adorada esposa había comenzado a sumirse en la confusión un bienio ha, y el inexorable paso del tiempo no había hecho más que acrecentar aquel proceso de desconexión del mundo. Y es que no hacía falta que ningún profesional doctorado en medicina etiquetase la lenta pero progresiva decadencia de las redes neuronales de Tere con un agresivo apellido alemán como Alzheimer para que su marido entendiese que la lucidez de su cónyuge se apagaba a marchas forzadas.

La noche anterior no habían visto ningún largometraje, pero ya se había acostumbrado a que su pareja se refiriese a eventos que habían acaecido hacía muchísimos años como si acabasen de ocurrir. No obstante, nada ganaba mintiendo, por lo que le contestó con la más llana franqueza.

−Anoche no vimos ninguna película, cariño.

La ofuscación de la anciana nunca se achantaba ante la primera negativa.

−¿Cómo que no? ¡Pues claro que sí! Esa que hemos visto más de una vez.

Juan sabía que podía estar hablando de cualquier telefilme que hubiese visionado durante su larga existencia; uno que, por extrañas sinapsis, había aparecido de repente en la memoria de la anciana. Decidió auxiliarla en aquel inesperado ejercicio de memoria.

−Cuéntame de qué iba la película.

Tere no reaccionó: la implacable vejez también la había convertido en dura de oído, por lo que él insistió aumentando el volumen hasta que esta respondió.

−Pues esa en la que los padres del novio no la quieren como nuera porque tiene un hermano tuberculoso.

El anciano, aunque le sorprendía aquel atisbo de recuerdo, creyó reconocer la historia: una historia antigua de verdad, aunque típica de aquellos tiempos pretéritos en los que la enfermedad de un pariente era un oprobio para su familia y, en especial, para las jóvenes en edad de merecer, como por aquel entonces se profería.

−Pero como se querían −continuó la decrépita−, él se casó con ella sin importarle que renegasen de él.

−Sí, así fue −admitió él.

−Y entonces quisieron tener hijos, pero nunca concibieron y se deprimieron mucho.

Juan siguió evocando, y aquel relato seguía siendo igual de cierto. En aquellos lejanos tiempos no se podía conocer si el problema era del hombre o de la mujer, aunque lo habitual fuera que la responsabilidad recayese siempre en el vientre materno, sin que nadie tuviese jamás la evidencia. Fuera como fuese, en tal época suponía un duro mazazo para un matrimonio, un problema cruel y sin solución alguna que acarreaba, además, un injusto y absurdo oprobio eterno.

−Pero como se querían −continuó Tere−, se apoyaron más que nunca y siguieron adelante.

−Sí, así fue.

−Y más adelante el hombre sufrió un infarto, y aún más tarde a ella le diagnosticaron una enfermedad rara, y parecía que para ellos la existencia solo era capaz de disponer incalculable trabajo e infinitas calamidades. Pero como se querían, siempre se sustentaban el uno en el otro y vencían las adversidades, y, a pesar de todo, eran felices y paseaban por el parque cogidos de la mano. Se hicieron viejos y achacosos, pero como se querían les daba igual, y seguían yendo al parque enhebrados del brazo, y después… después… No recuerdo cómo termina.

−Sí, así es…

La réplica de Juan brotó de modo apenas audible, pues resultó presa de una emoción difícil de contener. Tere, su Tere, apenas evocaba ya trazos de la existencia por culpa de la maldita demencia, aquella bruma mental que, por avatares del destino, no le había prendido a él, convirtiéndole en testigo de excepción de la decadencia de la persona amada. No obstante, ella había narrado aquella crónica de manera impecable, con todos sus sinsabores sin saltarse ni uno solo, y desgranando sin paliativos la auténtica esencia de la historia recién narrada: el amor que se profesaban sus dos protagonistas.

−¿Cómo se llamaba? −insistió la anciana.

Con la voz entrecortada por la emotividad del momento, el octogenario confesó la singular verdad.

−Eso no es una película… es la historia de nuestra vida juntos.

La lógica sordera de la anciana y la débil inflexión empleada por Juan hizo replicar a Tere de la única manera posible.

−¿Qué has dicho? ¡No te entiendo!

−¡Que es la historia de nuestra vida juntos! −proclamó este con ímpetu.

−“La historia de nuestra vida juntos”… Qué nombres tan largos ponen a las películas hoy en día…

Juan, estrangulado por el nudo que le atenazaba la garganta y a sabiendas de que parecía probable que Tere hubiese sucumbido de nuevo al desconcierto que ofuscaba su entendimiento desde hacía tanto, asumió que no lograría hacer comprender a su esposa que aquella película no era otra cosa que su propia biografía. Dolido por un trago tan amargo, decidió rendirse y callar.

Fue ella la que, aun extraviada en su propio universo, volvió a quebrar el silencio.

−Pues me gusta mucho. Es una historia muy bonita…

Una súbita lágrima se deslizó por la arrugada mejilla del provecto, al mismo tiempo que contemplaba, con los ojos henchidos de ternura, cómo una sonrisa que se antojaba sincera adornaba el gesto de la mujer de su vida. Juan jamás descifraría si aquellas circunstancias se debían a un alarde de idoneidad que la demencia había decidido permitir o al último atisbo de cordura que su estimada le había decidido regalar.

Lo que sí sabía, sin ningún tipo de duda, era lo que le quería responder.

−Sí, de verdad que lo ha sido.

Accésit Certamen de Relato Corto “Las personas mayores cuentan”

***********************************

Pues, como quien no quiere la cosa, ha pasado ya tiempo (tiempo=añoS, así, en plural) desde la última vez que me asome al Otro Mundo para proclamar a voz en grito (bueno, para redactar a secas) que había ganado algún certamen de relato corto. ¿Y sabéis qué? Pues que sigo igual, sin ganar nada en dicha modalidad, ya que la amiga RAE deja claro que un accésit es un reconocimiento inferior al mentado premio. Vamos, que han pasado añoS, así, en plural, y pueden seguir pasando tranquilamente…

Pero un accésit sigue siendo un accésit, y, tras tanto tiempo sin que a ningún jurado le importase un carajo ninguna de mis criaturas, un accésit sabe más que bien. Además, es la vuelta a las andadas de la tía Tere, que alguno por ahí puede que la recuerde sin veneno y aún más cuando pudo conocerla más a través de su intrahistoria. Sea como fuere, no pensé en ella a la hora de escribir el relato que preside la entrada, pero, una vez concluido, me di cuenta de que había empleado varios lances de la inmarcesible vida de la tía Tere. ¡Es incombustible, no ceja en su empeño de protagonizar mis relatos aun desde la gloria bendita en la que se encuentre! También existen en la historia, aunque en menor medida, lances del tío Juan, que, a sus 96 años, siempre que lo veo me dice que cada vez va a peor… pero en realidad tiene mejor salud que yo, el muy jodío.

A lo que voy es que no son ellos, pero están ahí… y, de alguna manera, se han llevado el reconocimiento del jurado.

Olé por ellos.

39 comentarios en “Una vida inmarcesible

    1. El nudo en la garganta se hace muy duro de digerir , tan duro como ver sus miradas perdidas , tan duro cómo que tú madre no te reconozca , sólo queda el pasado y la desesperación de ver que ya no existes para ellos , pero tú si sabes quién son ellos.
      Me encanta cómo escribes

      Le gusta a 1 persona

      1. Evidentemente no era el objetivo del relato, pero resulta obvio que por cada vez que la enfermedad decide regalar un instante bonito existen infinitas eternidades de desazón, que no hace falta enumerar puesto que ya expones tú numerosos ejemplos. La vida es hermosa, y también una putada, nadie se libra de experimentar de una manera u otra ambos extremos durante la vital travesía.
        Gracias por pasarte y comentar, ¡un saludo!

        Le gusta a 1 persona

    1. Pues sí, estamos de acuerdo en que el desenlace se veía venir de lejos, pero entre que no veía cómo poder evitarlo y que lo importante, como en la vida de Tere, era el viaje y no el destino, pues lo damos por bueno. ¡Y si encima llega con halagos, mucho mejor!
      Muchas gracias por pasarte y comentar, ¡saludos!

      Me gusta

      1. Totalmente, lo que se veía venir no era una crítica. En las películas o en los libros muchas veces intentan sorprender con giros inesperados y, en mi opinión lo acaban estropeando. Las cosas predecibles, bien contadas, me gustan 😉

        Le gusta a 1 persona

      2. El quid de la cuestión es que estamos de acuerdo en que se veía venir, y lo estamos porque, desde luego, se veía venir… Como bien dices, a veces no es tan malo. De todas formas, aunque no fuese una crítica, estas son necesarias para crecer en las artes, así que estas siempre deben ser bienvenidas.
        (aunque después por internete hay quien confunde ‘crítica’ con ‘ataque gratuito’ y, claro, así no vamos…)

        Me gusta

  1. Una historia que emociona profundamente, una de tantas. Porque son muchas las historias diarias del maldito Alzheimer, pero contada con muchísima ternura. ¡Más nos valdría dedicar más recursos al estudio de enfermedades y menos al armamento! ¡Qué tontos somos!
    Me encantó vuestro relato. Gracias por dar visibilidad a los mayores.

    Le gusta a 1 persona

    1. Como bien dices, y también han comentado ya por aquí, esta enfermedad deja muchas historias, y la mayoría se quedan en el tintero por el dolor que nos produce el desvanecimiento de la historia de una persona para sí misma. Solo nos resta seguir adelante y atesorar los escasos momentos en los que todavía se puede robar una sonrisa a dicho mal.
      Muchas gracias por el cumplido, pasarte y comentar. ¡Un saludo!

      Le gusta a 1 persona

  2. Precioso.

    Oye, una cosa ¿Porque no me deja compartir en Facebook? Me sale este mensaje, «No se puede enviar tu mensaje porque incluye contenido que otras personas de Facebook reportaron como ofensivo.», y no se que de ofensivo pueden tener estos relatos.

    Le gusta a 1 persona

    1. Hace muchos meses o tal vez llegue ya a años, en plural, Facebook decidió un buen día que no iba a enlazar contenidos de este blog de wordpress por ofensivo. ¿Por qué? Pues sabemos lo mismo que tú, que supuestamente «incluye contenido que otras personas de Facebook reportaron como ofensivo», o igual es porque le dio la gana, quién sabe. El caso es que la cosa sigue igual, así que nosotros a lo nuestro y Zuckerberg a lo suyo. Agradecemos de todas formas tu intención de difundirlo, además de por la visita. ¡Un saludo!

      Le gusta a 1 persona

  3. Pingback: Elijo cara – Las crónicas del Otro Mundo

  4. Hola Adrián & Hola Carlos He visto la silueta de uno de vosostros que ha pasado por mi blog y ello me ha activado (soy editor esta claro también) Y he observado (que mundo chafardero este) que los (los de su bllog) textos pasan de 2019 y esta es mi invitación (creo es la tercera) porque uno de ellos no aparece en Masticadores.com cada 15 o 20 días… Hay que ir a otros lectores, digo. Bueno espero esten bien. Y me digan algo o bien aqui o en fleminglabwork@gmail.com. Saludos j re crivello

    Le gusta a 1 persona

    1. Siempre se agradecen este tipo de invitaciones, por supuesto, aunque seguimos seducidos por el encanto de ser una suerte de outsiders en estos universos de wordpress. El Otro Mundo se autodefine como ‘otro’, como algo aparte al fin y al cabo. Visitamos muchos universos masticadores, por otra parte, pero siempre regresamos a casa para nuestros quehaceres.
      ¡Un saludo!

      Me gusta

  5. Pingback: Los últimos días del Concorde – Las crónicas del Otro Mundo

Deja un comentario