Cruel

La amo. Siempre la he amado. No desde que nací, no podía amarla sin haber tomado siquiera conciencia de la vida, pero creo que la amo desde que tengo uso de razón. Ella siempre estuvo allí, lo sé con certeza. Estuvo allí desde antes de que pudiera ver la luz del día, y eso no es un sentimiento arraigado: es una realidad.

Con cada vela apagada anualmente en una tarta de cumpleaños, con cada hoja arrancada del calendario, con cada día que veía amanecer y cada ocaso que fulminaba la luz del sol, más la quería. No sé cómo lo hizo para enraizar tanto en mí, a veces ni siquiera lo entiendo. Sin mover un solo dedo, sin siquiera pretenderlo, se convirtió en el amor de mi vida.

Por más que insista en ello y se me pueda tildar de repetitivo, no hay otra frase que lo describa mejor: ella siempre estuvo allí, es la pura verdad. En el primer minuto de felicidad intensa de mi vida, un momento inenarrable, prácticamente absurdo por su intensidad, inalcanzable de describir y mucho más imposible de revivir. En el momento más aciago de mi existencia, aquellos segundos que parecieron horas, meses, años, cuando el tiempo se expandió y sentí como me precipitaba en el más oscuro de los abismos durante un lapso eterno, sin poder siquiera ver mi silueta debido a la oscuridad de esas tinieblas, mientras una sola frase retronó de forma seca y amarga en mi cabeza una sola vez: “ya está, todo se acabó”.

Estuvo allí cuando este inadaptado imberbe entabló las primeras amistades que habrían de durar toda su vida, o al menos esa es la expectativa de mayor probabilidad. Estuvo allí cuando otros compañerismos acabaron por morir con el tiempo por falta de esmero en su cuidado, por carencia de reciprocidad, por mero olvido: por no dedicarnos a mimarlos cuando ambos debimos hacerlo. Estuvo allí cuando gané mi primer trofeo, cuando escuché por primera vez una canción del que acabaría siendo mi grupo de música favorito, cuando “padecí” la pionera de todas mis borracheras y la más merecida y consecuente madre de todas las resacas. Cuando redacté mi primer artículo en una revista científica y recibí elogios por el mismo. Cuando escribí mi primera novela. Cuando conseguí publicarla. Cuando la presenté ante 70 personas teniendo a mi lado a su coautor, uno de mis mejores amigos.

Ella siempre estuvo allí.

Pero un día me alejé de ella. Fueron los estudios los que me obligaron a aquella separación temporal, y ambos sabíamos que aquella transición sería pasajera, porque siempre volvería a ella. Con la certeza de cualquier verdad universal: el agua moja, y yo volvería a ella. No cabía ninguna otra realidad paralela. Era, es, el amor de mi vida.

Y alejado de su compañía, conocí a otra. Siempre perseguí renegar de aquel nuevo escenario, pero no pude hacerlo. Me acogió como nunca supe ni quise esperar, y comencé a apreciarla. Todos a mi alrededor me aceptaron con estima y satisfacción como si no tuviesen otra opción en el mundo, aunque tanto ellos como yo sabíamos que lo hicieron porque les dio la gana. Porque les caí bien, a pesar de no entender demasiado bien el porqué. Al igual que a la que había aposentado en la distancia, ella estaba allí en todos esos momentos. Cuando la criticaba delante de todas las amistades que había conseguido gracias a ella, con evidente jocosidad, por supuesto, ella estaba allí. Cuando hablaba maravillas con regocijo del momentáneamente apartado amor de mi vida, ella estaba allí, y no le importaba demasiado. No se sentía dolida, ni minusvalorada, ni ofendida: tan solo seguía acogiéndome de una forma cálida, amable, que yo nunca conseguí apreciar.

Ella estuvo allí cuando, gracias a ella y solo a ella, conocí a grandes personas y grandes amigos. Ella estuvo allí cuando surgieron las mejores oportunidades que yo habría de conocer nunca. Ella estuvo allí cuando descubrí que había algo capaz de provocarme agrado y satisfacción a lo que me podía dedicar para ganarme la vida. Ella estuvo allí en el más álgido momento de satisfacción personal, cuando, por fin, llegué a atisbar un futuro para mí, un futuro que afrontar con esperanza, con ilusión.

Pero la dejé. La dejé y volví.

Volví a ella, al amor de mi vida. Elche, mi ciudad, la que habita en mi corazón. Mi primer y verdadero amor.

Pero Elche ya no me quería. Sabía, sabe, que sigo enamorado de ella, pero a ella le daba, le da, igual. No sé por qué, ni tampoco lo entiendo, pero es otra verdad universal: el agua moja, y ella ya no me quiere. Conforme volví empezó a atizarme. Al principio de forma sibilina, paulatinamente con menos confidencialidad, y al final con atrocidad. Muchos me apartaron de forma cruel sin mirar atrás, siendo felicitados por los demás por su inicua acción, y ella estaba allí para verlo. Mi propio organismo, mi propia existencia, me incapacitó para seguir la vida como hasta entonces podía hacerlo, y ella estaba allí para vislumbrarlo. Aquel futuro que había contemplado al fin con ilusión desapareció por completo, ella se encargó de que no hubiera resquicio alguno por el cual pudiera atisbarlo, y estaba allí para paladearlo. Las personas más cercanas me traicionaron, apartando la mirada para no tener que observar mis súplicas y poder seguir viviendo tan felices, negando haber hecho lo que hicieron con la connivencia y silencio de los de alrededor, y ella seguía allí, mirando, disfrutando del espectáculo consistente en dejarme morir por dentro.

Y yo no puedo dejar de amarla.

Siempre que vuelvo a aquella otra ciudad en la que habité, me acoge de la misma manera: igual que la primera vez que la pisé. De forma cálida, amable, haciendo todo lo posible para que me sienta bien. Con personas que me siguen tratando de la misma manera, con peticiones que se esfuerza por cumplir; quizá con algo menos de ilusión, pero con el mismo empeño. Echo la vista atrás y fue en ella donde realmente viví mis mejores momentos, mi mayor satisfacción, mi mayor orgullo, un futuro para mí. Me gustaría sentir dentro de mí lo necesario para entregarme a ella y decirle “te quiero”.

Pero no puedo: no es el amor de mi vida. El amor de mi vida ya no me quiere.

Y yo no puedo dejar de amarla.

48 comentarios en “Cruel

  1. Pingback: Cruel – Manuel Aguilar

  2. mamenblanco

    Yo también llevo la ciudad donde nací en mi corazón. Que nadie me hable mal de ella, la defenderé siempre, pero nunca volvería a vivir allí. En ella me siento una extraña, una extranjera, pero también me siento una intrusa en la que llevo viviendo más de 30 años. 😦

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    1. De eso se trataba, de jugar con el sujeto querido aparentando que era una persona cuando en realidad era algo mucho más terrenal… y por lo que cuentas, nos ha salido bien! En fin, el apego al lugar de origen es algo normal, ojalá nunca se torciera para nadie.
      Gracias por el comentario, otro saludo para ti!

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      1. Sí, lo lograste, nos «embaucaste», jajaja, muy bien.
        Claro que seguimos leyéndonos.
        La idea de que me llamo Luz es común, por mi sobrenombre serunserdeluz y por los abrazos de luz que mando, pero mi nombre es Silvia, no que me moleste que me digan Luz, eso quiero ser.
        Abrazo de luz

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  3. A mi me pasa lo contrario, quizá porque he cambiado poco tiempo a mi ciudad y siempre he vuelto a ella. Me gusta, pero no me entusiasma. Me muevo por ella como por el salón de mi casa, conozco sus rincones, los lugares a los que tengo que ir según para que… tiene el tamaño de una ciudad habitable, perfecta. Pero no me enamora, como tampoco lo hace ninguna y a la vez lo hacen todas…

    En cierta manera soy un infiel absoluto en cuanto al sentimiento de pertenencia. Cuando viajo, me enamoro como un loco del lugar al que voy. Si voy a varios sitios, olvido al primero en cuanto conozco al segundo, y a este cuando conozco al tercero… Soy un tipo de poco fiar en estas cosas, pero !que le vamos a hacer!. Creo que todos, más o menos dentro de nosotros, conservamos algo de aquellos nómadas sin tierra ni hogar, que vagaban por una tierra más joven que la nuestra.

    Salud!

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    1. Ser de todas partes, enamorarte del lugar inmediato en el que te encuentras, pertenecer también al siguiente sin ser ajado por el resentimiento de otra ciudad… Qué envidia. Cómo me facilitaría la existencia esa característica vital tuya, de verdad. No obstante, me alegro de que haya personas que la puedan disfrutar, aunque me hagan preguntarme por qué yo no puedo vivirlo así.
      Muchas gracias por el comentario, saludos!

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  5. Aprendí desde niña a no tener demasiados apegos, pasaba de pueblo a pueblo con facilidad, el pueblo donde nací, del que guardo grandes recuerdos pero al que no volvería más que de visita, el pueblo donde pasé mis siete años de internado, que visito de vez en cuando, el pueblo donde vivían mis tíos donde pasaba algunas vacaciones, Madrid, donde comencé mis estudios superiores que posteriormente, por cosas de la vida, abandoné para iniciar una vida en Burgos, donde sigo, aunque ahora sea en un pueblo y no en la capital… Todos son mi pueblo porque todos, en cierta manera, forman parte de mí.

    Yo también pensé, en un principio, que te referías a tu madre, ese amor que siempre está ahí, o eso dicen… mi madre siempre estuvo a 2.000 km de mí.
    Un abrazo,
    Estrella

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    1. Cierto es que la vida a veces nos muestra el camino a seguir para poder continuar minimizando los lamentos, como tú aprendiste a no depender de un lugar único para sobrevivir en esa existencia tan nómada que has descrito. Gracias por compartir ese pedacito de ti con nosotros, Estrella, ciertamente en esta entrada estamos descubriendo a través de los comentarios muchas formas de vivir apegos y desapegos respecto a los lugares que cada uno habita, y todas nos enriquecen.
      Otro abrazo para ti, Estrella!

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  6. Pingback: Premio Blogger Recognition Award | Junior

    1. Dejando de lado las connotaciones subjetivas, que son las más importantes para cada uno pero nosotros no podemos apreciar desde esta posición de interlocutores, deben ser unos recuerdos muy interesantes: describes un crisol de culturas, modos de vida y costumbres en un espacio reducido que debió ser digno de estudio y admiración.
      Gracias por el comentario, Fabio. Un saludo!

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  7. Primero te aplaudo, segundo te envidio porque yo daría cualquier cosa para poder escribir la mitad de bien que lo haces tú. Yo sé que soy una simple aprendiz, pero cierto que que nadie jamás es profeta en su tierra por mucho que la amemos. Es un lujo leerte. Besitos a tu alma.

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    1. Lo primero es agradecerte de todo corazón tus palabras, nos enorgullecen de verdad pues no merecemos tal retahíla de halagos. En segundo lugar, no puedes acusarte de escribir peor que nosotros dado que nuestros estilos son casi casi antagónicos (que es una exageración, tampoco se llevan tan mal). Que una poetisa considere que escribe peor que un prosista requiere una comparación entre estilos cuyos parámetros no están para nada definidos, así que, aparte de agradecerte tus alabanzas, no podemos dar por cierta tu afirmación de que escribes peor que nosotros.
      Finiquitada esta reflexión, apostemos por lo obvio: cada uno escribe todo lo que tiene dentro y debe sacar fuera, y da igual la naturaleza de lo plasmado; es una necesidad satisfecha, una virtud, por lo que todo lo expresado debe ser sumamente apreciado.
      Ale, parrafada al canto, si es que lo llevo en la sangre… Muchas gracias por el comentario, Marimar, un abrazo!

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      1. Aunque sí es cierto que nuestros estilos son muy distintos, también existe la prosa poética que nos acerca un poco más. La agradecida soy yo, es la primera vez que leo y comento alguna obra y casi que recibo un tirón de orejas por hacerlo. Un beso y gracias por tu amabilidad.

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    1. Ciertamente. Resulta difícil comprobar que, mientras otros reniegan de su origen tras haber sido tratado bien por él, alguien que lo adora con toda su alma siente como este lo maltrata. Peeeero… es lo que toca.
      Muchas gracias por tu comentario, Mar. Está bien eso de ser abrazado por las letras, recibe un abrazo idéntico de vuelta!

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    1. Hola, Ander, nos enorgullece enormemente tu comentario. Cada vez que uno escribe, intenta hacerlo tan bien como para hacerse merecedor de esas palabras.
      Respondiendo a tu pregunta, el libro y este blog son homónimos; de hecho, esta bitácora «Las crónicas del Otro Mundo» nació con el objeto de promocionar nuestra novela, aunque con el paso del tiempo se haya ido convirtiendo en otra cosa. No era nuestra intención, pero estamos encantados con el resultado.
      Te dejamos el enlace de Amazon correspondiente a LCDOM, dado que en él podrás encontrar 8 capítulos gratis simplemente clicando en la portada, sin necesidad de registros ni otras zarandajas. Para nosotros es un orgullo que alguien decida asomarse a esos primeros 8 capítulos, siempre hemos pensado que a ‘Las crónicas del Otro Mundo’ solo le ha faltado que más personas le hubieran concedido una oportunidad, pues lo cierto es que todas las críticas que nos han hecho llegar han sido positivas. Pero bueno, la realidad o no de ese criterio la podrás decidir tú mismo si optas por echarle un vistazo al Otro Mundo.
      Muchas gracias de nuevo por tu comentario, Ander. Un saludo!

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      1. Muchas gracias por la información, los voy a leer sin duda… yo ahora estoy corrigiendo mi primera novela la cual también habla de ese otro lado que nos fascina. Espero que algun dia llegue a vuestros ojos y os haga volar como lo hacen vuestras lineas. Es un placer conoceros… estamos en contacto.

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