Me devuelves los libros que te acabo de entregar y profieres una fecha venidera. Te he vuelto a engañar, igual que ayer burlé a tu compañero de Gloria Fuertes, y anteayer a la chica nueva en el mostrador de Mario Benedetti. Mi rostro no refleja ninguna emoción anormal, más allá del fingido reconocimiento al darte las gracias, que siempre acompaño con una escueta sonrisa. No tienes ni la menor idea de lo que acaba de ocurrir.
Me he esforzado mucho para que así fuera. Esta semana, hasta cinco usuarios reales han retirado libros en préstamo a través de mis manos, ejemplares que reposan inertes en la mesa de despacho de mi morada. Si estuviesen vivos, me mostrarían gratitud eterna, pues los he salvado de su destrucción. Sus respectivas hojas de vencimiento muestran ahora una fecha de última salida que certifica que siguen siendo útiles en las estanterías de su biblioteca. Ahora están a salvo.
¿He dicho “cinco usuarios reales”? He mentido. No existen, al menos fuera de la base de datos. Dentro del sistema informático son innegables, con sus correspondientes nombres, direcciones, números de teléfono… Sin embargo, esas personas son solo fruto de mi imaginación. Lo cierto es que ninguno de los auxiliares, inconmovibles tras su mesa, me permitiría asociarme a la biblioteca sin presentarles un carné de identidad que atestiguase que no finjo una falsa filiación. No obstante, si estuviese en su lado del escritorio, nada me resultaría más fácil.
Recuerdo aquellos años. ¿Años? Décadas más bien. Décadas entregado a procurar un óptimo servicio a los amantes de la lectura. Me encantaba mi labor. Cultura libre, gratuita y universal: me honraba ser una pieza de esa estructura. Rodeado de sabiduría impresa, permitía llevarse a quien quisiera asomarse a nuestro templo de la erudición un pedacito de aquel centro del conocimiento, siempre con la solemne promesa de que lo devolvería. Me hacía feliz formar parte de dicho ecosistema. Pero, mucho tiempo atrás, descubrí que ese medio también poseía sus propias extinciones masivas. Y yo participé en su cataclismo.
Cada pocos años, en cuanto decidían los mandamases tras atisbar las baldas saturadas, me convertía en verdugo de la tinta y el papel. Expurgo, lo denominan. Yo lo llamo aniquilación. Todos aquellos libros que no hubiesen interesado a nadie en el último lustro quedarían dispuestos en una caja de cartón, cuyo mero roce sentenciaba su destino. Desaparecerían de la estantería, desaparecerían del catálogo, desaparecerían de la existencia. Esa caja se erigía en tumba, en una especie de fosa común que alguien transportaría poco después al contenedor de reciclaje. Allí se apagaban sus crónicas, allí perecía su instrucción; allí moriría un fragmento del alma de cada uno de sus autores. A lo largo de mi carrera profesional, de mi vida, ejecuté tres grandes purgas. La última, a falta de medio año para mi jubilación. Seis meses, tan solo seis meses más de demora, y me habría librado de perpetrar aquel crimen.
Aún puedo sentir el sabor salado de mis lágrimas cuando, tras resbalar por mi efigie, alcanzaban la comisura de mis labios, sin que yo reaccionase enjugándome la cara. No era justo. Volvía a transfigurarme en el sayón de decenas de obras cuyo único pecado había sido servir a su propósito durante demasiado tiempo, mudando así en historias que ya todo el mundo había consumido años ha. Abocaba a sus creadores al olvido, y mi triste excusa, cuán deplorable evasiva, era que solo hacía mi trabajo. Pido perdón por lo que fui.
Me prometí que, cuando desapareciese dicha coartada, me redimiría de tamaña ofensa. Pero aquello eran solo palabras, mientras que el abominable exterminio de volúmenes constataba un hecho. Entonces me di cuenta. Desde fuera no podría hacer nada. No había otro momento, ni tampoco cabía otra opción. No para mí. Abrí el módulo de inscripción de usuarios y creé a mi imagen y semejanza a mis cinco ángeles vengadores, cinco nuevos beneficiarios inexistentes. Cinco individuos distintos vertebrados por datos ficticios que exhibían sin pudor cinco vidas desvinculadas, pero cuyas fotografías revelaban cinco rostros idénticos. El mío. No constituía ningún error de cálculo. Nunca nadie los relacionaría.
Nueve años después, el quinteto se pasea por todas las bibliotecas de la ciudad, siempre bautizadas con nombres de literatos como Gloria Fuertes o Mario Benedetti. Sé que se aproxima el expurgo, mis pretéritos años de experiencia lo braman. Deambulo por sus salas, detecto los libros que se transformarán en víctimas y me erijo en su dios redentor. Ni uno solo de mis excompañeros de trabajo continúa en activo para identificarme. Sabía muy bien que así sería el día que imprimí mis cinco tarjetas de usuario, mis cinco soldados garantes de la memoria. Cada uno actúa en su correspondiente centro, cada uno ampara en préstamo ocho ejemplares en cada ocasión y redime mi penitencia sin descanso. Temprano, cuando llegue el momento, cuando arribe la próxima devastación, habré rescatado de la tumba de cartón más de un centenar de ejemplares. Habré protegido el espíritu de más de cien escritores. Donde antes sembré desolación, pronto lograré que las páginas condenadas trasciendan al abismo.
Así pues, de pie frente al mostrador, me devuelves los libros que te acabo de entregar y profieres una fecha venidera. Te he vuelto a engañar, igual que ayer burlé a tu compañero de Gloria Fuertes, y anteayer a la chica nueva de Mario Benedetti. Y nunca, jamás, tendrás idea alguna de con quién te encuentras cara a cara. Yo soy el salvador de libros.
Pido perdón por lo que fui, y no me arrepiento de lo que soy.
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Como se rumorea por las esferas virtuales que nos encontramos en la cibersemana de la biblioteca (o algo así, ponedle el nombre que queráis), he aquí nuestro granito de arena al evento. Este año hemos optado por apoyar nuestras bienamadas instituciones a través de la narrativa, y lo cierto es que este El guardián de la memoria no es un granito aislado en su temática de relato bibliotecario en el Otro Mundo. EGDLM es la última crónica de una trilogía de relatos a la que nos gusta llamar “El salvador de libros”, la cual consistió en insistir en tres entidades (el auxiliar de biblioteca, el expurgo y un anónimo benefactor de ejemplares condenados) que se desarrollaban de forma distinta en cada uno de los relatos, siendo este que presentamos hoy el desenlace donde el auxiliar y el benefactor se convierten en el mismo individuo. El primer relato de la tripleta se titulaba “Una deuda pendiente” (como es obvio, ya apareció en una de nuestros posts) y el segundo “El cementerio de papel” (este no lo conocéis, cuestión de derechos de publicación), y tuvieron la fortuna de ser, respectivamente, primer y segundo premio en sendos certámenes literarios. Su tercer y último hermano, EGDLM, no obtuvo el éxito de sus predecesores pero consiguió colarse en la antología de otro concurso como comparsa de los vencedores, certamen que no voy a nombrar porque, pues oye, si querían hacerse publicidad a costa de mis letras, que me hubiesen otorgado alguna migaja…
Pero no estamos aquí para acordarnos de lo no logrado, sino para congratularnos de que este domingo es 24 de octubre, y es una jornada muy especial para una de nuestras instituciones favoritas, esa donde el auxiliar, el expurgo y el salvador de libros se encuentran periódicamente (como si fuesen los Juegos Olímpicos, pero con estanterías en vez de maratones). Así pues, para que empape toda la semana de fervor hacia nuestro templo de la memoria, hoy queremos desearos a todos desde ya un muy
Ahí estaremos actualizando uno de los mayores tesoros de toda cultura: tener una biblioteca para uso gratuito de la ciudadanía!!!!!
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¡Ahí, ahí, que se note!
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Un aplauso para el salvador de libros 👏👏.
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Esperamos que le llegue; si nos lo cruzamos por la biblioteca, se lo chivaremos.
¡Gracias por pasarte, un saludo!
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Reblogueó esto en RELATOS Y COLUMNAS.
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Pingback: Capítulo Tres – La estaca clavada 2.0
Feliz semana para todos los que intentamos ejercer de salvadores de la literatura. Un relato sorprendente. Gracias.
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Gracias a ti por sumarte a la iniciativa, en cuanto tengamos un rato bucearemos en tu propuesta, que aún no nos ha dado tiempo para mucho hoy.
¡Saludos y gracias otra vez!
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Maravilloso y preciosísimo relato.
Las bibliotecas son el paraíso de los amantes de las lecturas en papel y de los libros olvidados por la modernidad electrónica. Sobre todo, para los que hace ya mucho mucho tiempo nos iniciamos en la lectura con estos templos de sabiduría literaria. Donde, sin tener ni un duro, podías viajar a cualquier parte del mundo, vivir las aventuras más peligrosas sin un rasguño y enamorarte de los protagonistas más bellos de nuestra imaginación.
FELIZ DÍA DE LAS BIBLIOTECAS para todos.
Un abrazo
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Tu comentario constituye per se un nuevo tributo a la biblioteca, por lo que todos los amantes de la institución nos congratulamos un poquito más.
Gracias por dedicar esas palabras, abrazo de vuelta.
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Me encanta el relato. Y enhorabuena por esos premios. Un abrazo.
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Son premios que en realidad ya son añejos, pero por suerte nos siguen sirviendo para echarle un capote a nuestras bibliotecas, que esas, por eones que transcurran, nunca pasan de moda.
Gracias por lo que nos toca, por pasarte, por comentar, por el abrazo, ¡todo!
(Y todo de vuelta, claro)
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¡¡Amo las bibliotecas!! Desde jovencita me enamoré de ellas y, con el correr de los años, fui formando la mía con muchos libros comprados en las librerías «de viejo» de mi Buenos Aires querido. Y, de alguna forma, yo también me metí en la piel del Guardián de la Memoria, salvando del reciclaje libros manoseados, toqueteados y amados por otros. Aquí, donde vivo ahora, visito regularmente Emaús. Siempre encuentro amigos que me llaman desde las mesas, para vivir una nueva aventura. Algún día tendré que cambiarme de piso. Ya no cabemos. Todo esto para deciros que me encantó vuestro relato y que ¡¡FELIZ DÍA DE LAS BIBLIOTECAS!! Un abrazo.
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Se nos está quedando una ristra de comentarios que no son otra cosa que tributos a la biblioteca, reconocimientos a su labor a través de la vida de los propios comentaristas, lo que a su vez embellece todo el conjunto. Gracias por pasarte, comentar y desearte para este domingo, como no podía ser de otra manera, ¡FELIZ DÍA DE LA BIBLIOTECA!
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Guardián de libros… Salvador de esfuerzos, de días y noches indistinguibles, de letras danzarinas y palabras que se entrecruzan para asomar a los ojos lectores y ser engullidas por las mentes hambrientas de sueños, furias, esencias vitales.
La biblioteca, sí; pero, además, su amante cancerbero, el bibliotecario/la biblotecaria.
Muchas lecturas y buenas bibliotecas y bibliotecarixs.
Salud.
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Y aparte de los custodios tras sus mostradores, hay más de un salvador de libros por ahí suelto, deambulando por las salas e indultando ejemplares condenados. Al menos por estos lares hemos escuchado hablar de uno de ellos a algún compañero con mayor veteranía.
Brindemos por todos esos actores y, sobre todo, por su escenario primordial, la bienamada biblioteca.
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Infortunadamente ahora en el pueblo donde vivo, no carece de Biblioteca, pero realmente es mas bien un simulacro de Biblioteca, en fin que se le va hacer, durante 32 años goze de lo mejor.
Saludos!
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Quizá no sea un consuelo ahora mismo, pero un simulacro de biblioteca puede ser mejor que cero bibliotecas. Aún así, tu comentario describe de forma implícita la importancia de tener una buena biblioteca cerca, lo cual honra a estas instituciones.
Gracias por pasarte y comentar, y ¡feliz Día de la Biblioteca!
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En una de las bibliotecas de mi ciudad los libros expurgados se dejan en una mesa en la puerta para que se los lleve a casa quien quiera. Algunos de esos exiliados están ahora en mis estantes. Emn el futuro, ¿quién sabe? Saludos y feliz día de las bibliotecas.
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Lo cual no deja de ser una gran idea. En nuestra red de bibliotecas, los libros que reposan en la mesita al lado de la puerta, esos que también se puede llevar libremente cualquier usuario, son los provenientes de donaciones que no han conseguido pasar el corte para incorporarse a la colección de la biblioteca. Por lo visto, la mesita con libros libres al lado de la puerta parece ser un clásico de nuestras bibliotecas… ¡y que dure!
Gracias por pasarte y comentar, ¡un saludo!
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Pingback: Bibliotecas en la animación – Saltos en el Viento
Un relato que da que pensar. También en la zona donde vivo disfruté de la biblioteca hasta que hace pocos años la trasladaron, a un edificio más moderno. Pero ya no es lo mismo, a pesar de que físicamente la tengo más cerca. Echo de menos aquel edificio casi vetusto, a la bibliotecaria entrada ya en años y a los vedeles que trabajaban allí… y en el traslado «se extraviaron» buenos ejemplares. Ha perdido mucho de lo genuino que la caracterizaba.
Un saludo.
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A través de muchos comentarios estamos comprobando que la biblioteca es para muchos no tanto una institución como una experiencia vital, y quizá en tu vivencia con la misma podemos comprobarlo un poquito más. Es una biblioteca ligada a un edificio, a unas personas, a unos recuerdos, y a una vida que les da significado como conjunto y que no entiende la biblioteca como el mismo ente al descontextualizar el compendio. Creo que nos puede dar una idea de hasta qué punto puede influir en una existencia la presencia o no de estos centros, ya que pueden llegar a formar una parte importante de algunas vidas.
Muchas gracias por pasarte y comentar, Daniel. ¡Un saludo!
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Hola ¡feliz día! Estupendo relato como siempre 🙂 ya he publicado mi homenaje a las bibliotecas, esta vez me tomé algunas licencias y espero saber su opinión al respecto. Por supuesto también los menciono al final porque sin ustedes yo no habría empezado a marcar en mi almanaque este día y pensar como homenajear a una institución tan acogedora y solidaria.
Saludos 🙂
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Bueno, sin nosotros quizá no te habrías acordado el primer año, pero con el devenir de los tiempos nos ha quedado claro a todos que, conforme se acerca el Día de la Biblioteca, uno de tus genes se activa y te avisa de que está al caer dicha jornada. ¡En el fondo, se te ha quedado grabado en el ADN! (Aunque, en este caso, más bien sería ADB: Aviso del Día de la Biblioteca).
Siempre un privilegio contar contigo en este día, Coremi. ¡Saludos de vuelta!
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Jajaja me ha gustado lo del ADB, lo utilizaré de ahora en más 🙂
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Gracias por el estímulo que has desencadenado en mí al leer tu relato. Volveré a la biblioteca, para que los libros tengan oportunidades de seguir viviendo.
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Y nosotros que nos alegramos de haber aportado nuestro granito de arena para que nuestras amigas las bibliotecas recuperen aliados en su devenir.
Muchas gracias por pasarte y comentar, ¡un saludo!
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Haciendo un poco de abogado del diablo te diría que sí de verdad todos los libros deben salvarse. ¿Todos?
MI tendencia natural es querer la palabra escrita, para mi un libro tiene, por su mera existencia valor, ¿pero es lógico? Un libro que lleva un lustro sin leerse, ¿merece ser salvado?
Me ha gustado la historia, esa sí la salvaría 😉
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Bueno, pues la pregunta introduce un matiz importante, ante lo cual solo cabe responder que EGDLM es un ejercicio de creación literaria que apela a la bibliofilia. Si obviamos el relato y volvemos a introducir tu cuestión, la respuesta en una biblioteca es, qué duda cabe, «no», y más si tenemos en cuenta que en la colección existen libros sobre materias que avanzan muy deprisa, ejemplares hacia los cuales la obsolescencia cabalga desbocada.
Si ya nos remitimos al expurgo de creación literaria, entonces ya depende del nivel de romanticismo bibliófilo de cada uno… aunque en el caso de la biblioteca la respuesta seguirá siendo no, pues el espacio es finito pero las novedades nunca lo son, así que, les guste o no, deben tomar decisiones.
Pero si lo que buscamos es una contestación más personal, pues yo hasta le prendería fuego a un par de novelas, igual que algún otro haría con la del Otro Mundo…
Gracias por pasarte, ¡un saludo!
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