Noche de Paz

Se diría que vivimos días inciertos, pero estaríamos mintiendo. Quien generaliza, como es evidente, se equivoca, porque no todos los seres humanos actúan igual, pero aun así lo haremos. Y retomando el hilo, no son días inciertos porque, en realidad, siempre los hemos vivido de una u otra manera. Las personas siempre se han odiado. Llamadlo raza, llamadlo credo, llamadlo color, llamadlo cualquier otra cosa, pero se juzgan como distintas, tomando cualquier excusa para diferenciarse de otros semejantes por medio de inútiles diferencias. En tiempos pretéritos resultaba mucho más explícito, pero conforme se fue alcanzando la modernidad, esos sentimientos, generalizando, y por tanto equivocándonos, se fueron suavizando. Se limaron asperezas, y la inquina fue silenciándose poco a poco para acabar conformándose en un sentimiento latente.

La moda es cíclica, todo vuelve, y parece que todo lo demás relacionado con el ser humano también. Las personas se odian. Quien generaliza, como es evidente, se equivoca, porque no todos los seres humanos actúan igual, pero aun así continuaremos haciéndolo. La moda es no callar, es explicitar con orgullo ese odio hacia los seres de la misma especie, enarbolando la bandera de la franqueza. No hay que esconderse, es un odio compartido y, por alguna estúpida razón, eso lo convierte en un odio aceptable, conveniente, entendible, bueno. Todo lo diferente es perverso, todo lo diferente contamina, todo lo diferente ha sido diseñado para destruir el bienestar de cada raza.

¿Hemos dicho “cada raza”? Vaya, lo sentimos: acabamos de soltar una tremenda gilipollez. Podemos hablar (habla la antropología biológica, mejor dicho) de diferentes etnias, poblaciones, clines; pero raza solo existe una. Disculpen ustedes esta necesaria fe de erratas.

Al ser humano le da igual: ese que está enfrente es el enemigo. Quien generaliza, como es evidente, se equivoca, porque no todos los seres humanos actúan igual, pero nosotros, erre que erre, seguimos adelante con ello. A lo largo y ancho de todo el planeta, el que está delante no es un igual, sino un peor. Debe permanecer enfrente, o mejor a un lado. O mejor aún, lejos, en algún lugar desde donde sea más cómodo y seguro odiar, puesto que así no hará faltar despreciar abiertamente. La ausencia es la mejor medicina para lo políticamente correcto: es como debe ser. Como en tiempos pretéritos. Somos supervivientes de The walking dead. Tenemos que alejarnos, tenemos que aislarnos para lograr nuestra supervivencia. No hay que fiarse de los malos, pero tampoco hay que fiarse de los semejantes, porque tienen el potencial de ser de los malos.

El odio es lo más seguro. Odiar es bueno. La raza humana debe odiarse entre sí.

Por ello no deja de resultar curioso que en una guerra, la máxima expresión del odio, una especie tan airada como la humana (quizá no nos guste juzgarnos así, pero la historia nos coloca en esa incómoda posición) fuese capaz de comportarse de una manera insólita. 24 de diciembre de 1914. El mundo en guerra, una guerra como nunca antes se había vivido. Una gran guerra. Una guerra universal. Como gusanos, contendientes de distintas nacionalidades, soldados a los que habían enseñado a odiarse para poder ser considerados dignos por sus respectivos líderes, se arrastran y viven rodeados de lodo, bajo tierra a pesar de no estar enterrados. La situación se puede endulzar designando su posición como atrincherados, moradores de tumbas angostas, pero extensas y abiertas al cielo. Tumbas que tan solo se abandonaban para acribillar al enemigo y procurarle una nueva tumba, inversa, a campo abierto. Tumbas que solo se abandonaban para encontrar la propia muerte, una que dignificaba ese gran odio entre seres humanos.

Es Nochebuena. Recordar la existencia de dicha fecha inmersos en una conflagración letal resulta una tremebunda necedad, pero el calendario no es caprichoso en realidad. Tan solo avanza sin contemplaciones, marcando el inicio del día siguiente tras concluir el día anterior, y llegando a otra determinada jornada en cierto determinado mes. Tal vez en una vida típica, o como poco más convencional, sería una fecha más significativa. Pero en las trincheras, los humanos condenados a sobrevivir como lombrices tan solo permanecen existiendo para segar las vidas de los demás. No tiene sentido celebrar nada, pues no hay nada que celebrar.

Stille Nacht, heine lige Nacht. Una canción en alemán surca el aire, rompiendo el siempre tenso silencio, silencio que nunca resulta ser tal en una guerra. La entonación que forman las voces de los soldados germanos es inconfundible: independientemente de la nacionalidad que tuviesen, los enemigos, cualquier enemigo, reconocería automáticamente la melodía que colma sus oídos. Es un villancico universal. Es Noche de Paz.

Era un irremediable absurdo. Noche de Paz. Paz. En una guerra.

Fue tan absurdo que funcionó. Un atávico interruptor se accionó en la cabeza de sus antagonistas, y los guerreros británicos comenzaron a corear Noche de Paz, para, a continuación, cantar sus propios villancicos. Tras evaluar aquella reacción, un loco alemán, porque su comportamiento escapaba de los lindes de la cordura, sale a campo abierto con las manos arriba, encaminándose hacia las líneas enemigas. Un blanco perfecto. Pero nadie le dispara. Quiere hablar con esas personas que están obligadas a odiarle, y ellas mismas, en lugar de acabar con él, están deseando conocer lo que este imprudente bípedo implume les tiene que decir. El teutón, un oficial para más señas, pide permiso a los ingleses para enterrar a las decenas de compatriotas caídos, que lúgubremente adornaban el campo de batalla.

Y la humanidad se abrió camino en el escenario más incoherente posible. Los soldados de ambos bandos abandonan sus fusiles y escapan de sus tumbas abiertas para dar sepultura a los occisos. Y después de honrar la desaparición de sus muertos, deciden celebrar la existencia de los vivos. De todos los vivos. Todos comparten. Tarjetas, cigarrillos, ¿botones? Vuelven a convertirse en seres humanos durante unas horas. Lo necesitan, han de recordar que lo son, y lo hacen apoyándose en desconocidos, olvidándose de que acaban de enterrar al amigo que ese rival, con el que intercambian ¿botones?, ha acribillado horas antes. No obstante, dicha proeza es compartida, pues anular súbitamente el odio resulta toda una hazaña. ¿Es absurdo? Sí. ¿Es humano? Pues, al parecer, tan humano como decidir que todos ellos debían ir a una guerra a matarse los unos a los otros. Pero necesitan sentirse humanos, la parte buena, la especie humana, la raza humana. Ambos bandos concluyeron lo que para sus mandos sería considerado un vergonzante sainete con un partido de fútbol. ¿De dónde sacarían la pelota? Presuntamente Alemania venció en el acontecimiento deportivo más insólito de la historia por 3 a 2, aunque tampoco sorprende. Como dijo el exfutbolista inglés Gary Lineker, “El fútbol es un deporte que inventaron los ingleses, juegan once contra once, y siempre gana Alemania”.

Sí, esta imagen es auténtica

Al día siguiente, de manera tan incongruente como se fraguó la Tregua de Navidad, todos ellos volvieron a sus trincheras y se siguieron matando.

No obstante, quedémonos con lo bueno. Nos hace mucha falta hacerlo así, de verdad. Tomemos ejemplo del momento en que la humanidad hizo honor a su nombre. Si gente que se está matando, y hablamos de personas que saben a ciencia cierta que en pocas horas volverán a seguir aniquilándose entre ellas, son capaces de vivir como iguales, de aceptarse, de confraternizar, de querer sentirse humanos y ver al contrario como un ser humano, la pregunta es obligada. Aquellos contendientes se encontraban en las peores condiciones posibles para actuar con un mínimo de humanidad. Nosotros no, ni mucho menos: es complicado situarse en una tesitura más extrema. Entonces, ¿de verdad no somos capaces de hacerlo, de ser humanos, de no ver enemigos sino semejantes? Creednos cuando decimos que a todos nosotros no nos hace falta ningún partido de fútbol para conseguirlo.

Y, si así fuera, podemos comprar una pelota.

 

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68 comentarios en “Noche de Paz

    1. Como hemos esgrimido, generalizando siempre nos vamos a equivocar. Por supuesto que hay cabida en el planeta para el odio y la confraternización al mismo tiempo, aunque sea por parte de diferentes personas, acontecido ello en épocas pasadas, presentes o en las que están por descubrir. Pero resulta bonito recordar que, en el contexto del odio, la humanidad lo venza aunque sea por unas horas.
      ¡Un saludo!

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  1. No creo yo que la I GM fuera una guerra de odio. Un simple soldado llamado a las filas no disparaba al adversario porque le tenía ese odio en los huesos, disparaba por pura necesidad de supervivencia. Mejor que muera él que yo, mejor que llore su madre qué la mía, mejor se queden sus hijos sin padre que los míos. Muy pocos fueron a la guerra por odio al enemigo, pero una vez metidos en las trincheras y con las balas y las bombas por encima de la cabeza uno hace lo que tiene que hacer para sobrevivir. Es instintivo, no racional. Además, los intereses geoestratégicos fueron enormes, ya que supuso el fín de los imperios al este de Europa (austrohúngaro, ruso y otomano), hubo mucho interés político y militar en poner en marcha una guerra a escala continental. Por la información escrita que nos queda de la época anterior al estallido del conflicto, se palpaba en el aire eso de que más temprano que tarde por algún lado reventaría todo. Lo de Sarajevo simplemente fue la excusa perfecta servida en bandeja de plata. Y por eso pudo jugarse aquél partido de fútbol en la I GM y no en la II GM, dónde más allá de las aspiraciones megalómanas y geopolíticas sí hubo un fuerte sentimiento de odio entre las tropas y entre las personas según su nacionalidad.

    Sin embargo, es irónico que fuera precisamente un partido de fútbol, cuando en palabras de Von Clausewitz: «La guerra es la continuación de la política por otros medios» y en palabras de Ramón Mendoza: «El fútbol es la continuación de la guerra por otros medios».

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    1. Pues como bien has explicitado, las causas de la I Guerra Mundial están muy claras. Se basan ineludiblemente en dichos intereses, y aprovecharon al archiduque como el detonante propiciatorio. No obstante, que esos gobernantes no incitasen al odio entre todos los suyos para mandarlos al frente a matar y morir tampoco es algo que podamos dudar. Les interesaba que así fuese, y, como poco, realizaron el intento de que germinase. También tienes razón en que muchos de aquellos soldados se preocuparían meramente de salvaguardar la vida a través de la muerte del otro, pero debe ser complicado no engendrar odio al que está matando a tus compañeros, a algún amigo hecho en el frente o importado de tu mismo pueblo, y que además pone todo su empeño en matarte a ti, aunque su motivación original no sea esa sino salvar su existencia. Como indicas, aquello encendido en las trincheras no es algo racional, simplemente se genera. Por ello hemos querido expresar que la guerra es la máxima expresión de odio. Unos lo inducen crean o no en el mismo, otros lo engendran voluntaria o accidentalmente, y se va propagando entre sí. Ahora bien, un hecho distinto sería establecer una clasificación de los distintos tipos de guerras y colocar al odio entre sus causas como factor determinante.
      Muchas gracias por tu comentario, Carmen. ¡Un saludo!

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    1. Paradójicamente (no renunciamos a los adverbios, por supuesto que no) la raza humana nos ha sorprendido tantas veces para mal que, para mal, ya nada nos sorprende. Por ello nos viene tan bien a todos que la Tregua de Navidad esté bien documentada, nos habla de la importancia de revelar que los actos de humanidad en el peor contexto posible también tienen cabida. Nos hace falta que este tipo de sorpresas, que las hay, que las habrá, se documenten y difundan para así llegar a todos: puede que así vayamos sumando, convenciendo al mundo de que queda esperanza para una especie que cada día parece estar más loca. Podríamos darnos cuenta de que no hay tantos dementes, pero estos saben cómo manejarnos. Podríamos darnos cuenta de más cosas.

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  2. Interesante reflexión para estos tiempos revueltos que estamos viviendo últimamente. Respecto a esa tregua durante la noche del 24 de diciembre en plenas trincheras, hay una película preciosa ambientada en ese episodio. Se titula «Feliz Navidad» y está protagonizada por algunos actores conocidos, como Daniel Brühl y Diane Kruger. Os la recomiendo si no la habéis visto. Un abrazo.

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    1. Pues no teníamos noticia sobre la existencia de dicha película, habrá que verla para, entre otras cosas, comprobar si en ese partido de fútbol inmerso en una guerra hay aficionados tan incivilizados como en la actualidad. Difícil, pero habrá que comprobarlo.
      ¡Otro abrazo para ti, Mayte!

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  3. Pingback: Noche de Paz | luisfliguer

    1. Para lo que refieres en el comentario no parece haber una u otra opinión categóricamente válida al respecto: la humana es una raza única o un cúmulo de las mismas en función de la perspectiva desde la que la evaluemos. La antropología clásica defiende una especie humana con distintas razas en función de pigmentación de piel y ojos, forma de la cabeza, cara o párpados, estatura y un largo etcétera; por otra parte, la antropología biológica defiende que estas diferencias fenotípicas entre humanos son irrisorias a nivel genético, y que por ello no podemos hablar de distintas subespecies o razas dentro de la especie humana, por lo que hablaríamos de una única raza.
      Platón clasificó al ser humano como «bípedo implume». Es una definición simple, pero, ¿quién puede discutir que las personas tenemos dos piernas pero no plumas? A nosotros también nos vale, claro.
      Muchas gracias por pasarte y comentar, Darío. ¡Un saludo!

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  4. Andres Hernández Rabal

    Es un proceso que se repite constantemente: se transforma una idea en ideología, y a su vez se transforma en dogma para, de ese modo, evitar su posible refutación mediante la razón. Entonces, desde una supuesta superioridad moral, se impone a quienes no abrazan dicho dogma. El conflicto está servido.

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    1. Como se diría por ahí, resulta tan absurdo que incluso funciona. Nos someten a una ideología que no tendríamos por qué compartir como uno de los cimientos de nuestra idiosincrasia, y, a partir de ahí, o seguimos sus dictados, o andamos errados. Los constructos humanos deberían servir para sentirnos todos igual de humanos, no para diferenciarnos, pero resulta tan complicado alcanzar una mayoría que realmente así lo piense…
      Muchas gracias por tu comentario, Andrés. ¡Un saludo!

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  5. Saludos a todos. Conocía lo de la tregua de Navidad, y también la película que señala Mayte Blasco, pero me faltaba contemplarlo con la perspectiva de vuestras palabras, siempre tan evocadoras.
    Feliz Navidad a todos.

    PS: por cierto, yo tampoco renuncio a los adverbios, ni a los adjetivos.

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      1. Por favor, todas nuestras letras están a libre disposición (excepto LCDOM, que tú bien sabes que está a vuestra completa disposición… pero pagando) de todo aquel que quiera compartirlas.
        En esta ocasión y siguientes pasa sin llamar, comparte y después, si te apetece, nos avisas. ¡Faltaría más!

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    1. ¡Claro que sí, aguantemos en nuestras trincheras juntaletras, defendiendo a los indefensos adverbios de las hordas comandadas por Stephen King y su adverbiofobia!
      Agradecidos por el halago una vez más, don edición marciana. Pero ya que comentas que conocías el tema con anterioridad, acláranos un punto que se nos sigue escapando.
      ¿De quién fue la ocurrencia de llevarse una pelota de fútbol a una guerra de trincheras? Es una duda que nos sigue carcomiendo por dentro…

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  6. Incentivar el odio es una manera de ejercer el poder para conseguir algo. Nos lo venden como diferencias, otras culturas, otras religiones, otros intereses, pero es tan solo una manera de comernos el coco para que sirvamos a sus intereses.
    Lo estamos viendo ahora mismo con esta nueva y tan antigua política xenófoba, en la cual «todo el que no opina como yo es un enemigo». Tengo ya bastantes años y nunca he sentido el odio como lo estoy sintiendo ahora…
    La historia es preciosa y es que, por encima de ese odio impuesto a nuestro pesar, seguimos siendo humanos y capaces de emocionarnos con las mismas cosas.
    En cuanto al balón, supongo que había que tener ocupados a los soldados esos momentos en que no se liaban a tiros. Es como siempre… pan y circo, fútbol y toros. El opio del pueblo.
    Un abrazo.

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    1. Suscribimos todo tu comentario, Estrella. Bueno, menos lo del balón, porque en una guerra de trincheras salir a pegar unas patadas no parecía muy buena idea, perder efectivos de esa manera seguramente no entraba en los planes de los peces gordos. Más les valía jugar a las cartas, al parchís, al monopoly… Es menos pan y circo, pero también menos temerario.
      Nada, que no nos explicamos de dónde sacaron el balón, no somos capaces.
      ¡Otro abrazo para ti!

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  7. Pingback: Oh, Tannenbaum/ oh, árbol de Navidad (Crónicas del Grinch II, 9) – Peregrinos de la tierra en sombras

  8. Felices fiestas! Estimados, no coman tanto turrón, lo mio es el Panettone j re crivello. abuso de vuestro espacio, sino me borrais si os enfada un mini anuncio…
    Hola, te hago llegar la invitación de 2019, por si tienes interés en participar o conoces a alguien que desee intervenir.
    Saludos Juan re crivello
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    1. Como tú dices: complejo. La humanidad formaba parte de esas personas, mientras que la carencia de la misma se hallaba concentrada en los individuos que enviaban a sus semejantes al campo de batalla a sabiendas de que ellos, desde sus despachos, nunca lo pisarían.
      Muchas gracias por pasarte, ¡un saludo!

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  9. Frida

    Pues la primera vez que tuve noticia de esta tregua fue siendo niña con once o doce años. Tenía una profesora de historia que trataba de mostrarnos las cosas desde varias perspectivas. Y recuerdo que esa noche, ya sola en cama, lloré. Porque me pareció algo sumamente triste. Sí, se hace una tregua, se muestra que la guerra puede detenerse durante un día y los enemigos ser amigos, pero al día siguiente todo vuelve a ser igual. Y a parte de triste me pareció frustrante, me generó mucha impotencia saber que miles de hombres se batieron hasta morir por los ideales de otros cuando en realidad podían jugar juntos al fútbol y ser amigos. Y la pregunta que me surgía entonces era ¿Pero si los que quieren la guerra son los líderes, por qué no organizan duelos entre ellos y dejan a la gente vivir tranquila? Reflexiones de la niñez que no comprende la complejidad del hombre.

    Me ha gustado la forma en que habéis tratado el tema, pero la tristeza que me produjo en su día prosigue ahí cuando lo leo, también cuando vi la película. Y es que a pesar de los años transcurridos los hombres siguen siendo mezquinos y dados a blandir odios con los que tratan de imponer sus verdades, como si no pudiésemos convivir en paz y hacer una tregua navideña perpetua. Como bien señalan por ahí arriba, no hay más que ver el día a día para comprender que nada ha cambiado ni cambiará.

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    1. Pues, en primer lugar, aplaudir el proceder de tu profesora de historia. En segundo, como bien postulaba la misma y tú señalas, hay más de una perspectiva desde la que contemplar este evento. Podemos celebrar que la humanidad se abrió camino entre contendientes, podemos lamentar que demostrando tenerla resultó fugaz y desapareció para volver a matarse unos a otros, y también podemos reseñar ambas cosas a la vez para preguntarnos qué mueve al ser humano a aunar dicha contradicción en unas mismas coordenadas espaciotemporales.
      Una cosa es segura, parece que lo tenemos todos claro por lo que estamos comentando a la vez sobre el tema: si fuesen los líderes los que tuviesen que enfrentarse en primera persona en lugar de enviar a otros a bregar por ellos, este planeta sería un lugar pacífico.
      Muchas gracias por el comentario, Frida. ¡Un saludo!

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    1. Es que como bien dicen en unos cuantos comentarios, el ser humano es terriblemente complejo y comprobar sus contradicciones es un tema que despierta interés en todo aquel que esté dispuesto a analizarlo. Desde luego, la Tregua de Navidad es un hito que se debería evaluar para darnos cuenta de que la humanidad puede vencer al odio: solo nos falta descubrir cómo conseguir que esa victoria sea irreversible.
      Muchas gracias por pasarte, Mayii. ¡Un saludo!

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  10. No conocía la historia y en verdad me he emocionado. Que una tregua sea capaz de despertar el lado cálido del ser humano, y máxime en una guerra, acrecienta mis ilusiones en la raza.
    Ojalá un día mas temprano que tarde, al mirarnos podamos reconocernos en el otro/otra.
    Gracias 🙂
    Abrazo con el deseo de treguas infinitas en la vida; en el mundo.

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    1. Pues poco más que añadir: que ese deseo de que el ser humano sea más eso, humano, pero la parte buena, se cumpla. Aunque suene a cliché, una frase tantas veces repetida que tras no cristalizarse vaya perdiendo significado, un mundo mejor es posible. A través de la humanidad, evidentemente.
      ¡Un abrazo!

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  11. Triste verdad la del odio entre los seres humanos, pero sin generalizar, afortunadamente… ¡Muy buena reflexión y hermoso video de Noche de Paz! Diferencias entre todos siempre habrá, pero debemos procurar que prime la esencia, lo que nos une como una misma raza humana. ¡Que la esperanza, la luz, la armonía, el amor y la alegría nos acompañen en cada Navidad, y siempre! Feliz Navidad y venturoso 2019… ¡Abrazo grande, LCDOM! 🙂 😉 :*

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    1. ¡Di que sí! «Liberté, égalité, fraternité», que para una cosa en la que estamos de acuerdo con los franceses, habrá que ensalzarla. Ojalá algún día todos los seres humanos, todos, puedan sentir que todos los demás, todos, se sientan miembros de una misma especie o raza.
      Siempre es una alegría tenerte por aquí, Luz. ¡Nunca dejes de pasarte, un abrazo!

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      1. ¡Así es! Ojalá llegue pronto ese día en que todos seamos hermanos de verdad… ¡Libertad, igualdad y fraternidad! Abrazoteee… ¡Tan lindos, muchas gracias! 🙂 😉 :* Por supuesto… ¡Cada que pueda por aquí estaré!

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  12. Pingback: Noche de Paz | Mi pluma, tu pluma

  13. albanivas

    Hermosas reflexiones, muy ciertas.

    Ayer leía sobre los guerreros de la tradición tibetana «Shambala». Son guerreros espirituales, su fundamento no consiste en dominar al enemigo sino en dominarse a sí mismos. Su campo de batalla es la vida cotidiana, todos y cada uno de sus momentos. Su arte reside en sentir su unidad con la vida y en consecuencia en vivir con total confianza. A fin de cuentas ser valiente consiste en no tener miedo de ser lo que somos. De nuestra naturaleza originaria, común a todos los seres humanos.

    Me gusta creer que, pese al miedo que difunden los medios de comunicación de forma masiva,
    algo está sucediendo. Nunca ha habido menos guerras que ahora en el planeta. Algo está despertando.

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    1. Entonces parece que el mundo tiene mucho que aprender de esos guerreros Shambala, que la lucha verdadera es vivir, saber hacerlo para exprimir cada día. No obstante, aún hay mucho por arreglar en esta humanidad descarriada, esperemos que esa mejora a la que haces referencia no sea flor de un solo día.
      Muchas gracias por pasarte, Alba. ¡Un saludo!

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  14. Muy buen articulo, por un momento he olvidado que querías hablar de la Noche de paz. Creía que iba a ir dirigido a lo aterrador que hay en el mundo en nuestra actualidad y en la historia de nuestro mundo, pero recordar la el acto de estos dos bandos enfrentados es sinceramente maravilloso. El ser humano no deja de sorprendernos.

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  15. Pingback: Noche de Paz — Las crónicas del Otro Mundo – Yo soy Fer

  16. Me ha gustado mucho – la historia y la reflexión que contiene. La tregua de Navidad en medio de la guerra es una paradoja que resume muy bien la condición humana.
    A mí me pareció algo insólito y bellísimo. Con perdón de la autocita, yo quise describirlo (a mí manera) en un relato breve que se llama Luces que fueron.

    Enhorabuena por la entrada. ¡Nos leemos!

    Le gusta a 2 personas

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