El acróbata invisible

Es un ser extraño rodeado de otros seres extraños que, paradójicamente, no se sienten extraños entre sí. Él, ella, ese ser extraño, vive en un mundo ajeno al de ellos, un mundo más oscuro en el que se desdibuja como si su efigie se trasparentara. Mientras tanto, todos los demás seres extraños cohabitan en un mundo más luminoso, más radiante, tan resplandeciente que se pueden percibir con absoluta claridad sus plantas, alzados y perfiles. Resulta chocante que se trate de dos caras de una misma realidad, que todos habiten un mismo mundo, aunque unos usen contornos definidos y opacos que los identifican a la primera y ese ser extraño haga gala involuntariamente de su translucidez.

Pasa de puntillas por el mundo porque quiere, o porque no puede ni sabe ni intenta hacerlo de otra manera. Lo único que alcanza a intuir es que se siente perdido en un mundo que no entiende, porque está convencido de que son los demás los que realmente no perciben que se encuentran perpetuamente encadenados sin opción de liberarse dentro de la caverna de Platón. Son ellos los que no lo entienden. No entienden nada, nunca entienden nada. Pero esa no es la versión oficial; quién sabe, quizá no sea ni siquiera la versión real. Ese ser extraño se halla tan confuso que quizá sus pensamientos estén tan errados como el rumbo que le guía en su deambular por la vida.

Es una existencia solitaria, independientemente de lo extensa que sea su red de amistades. Nunca entran, nunca llegan a acceder a ese mundo. Todos esos otros seres extraños pueden compartir la misma mesa que otro antagónico ser extraño y al mismo tiempo habitar en mundos distintos. Es cierto: se puede compartir un plato de ensalada con un apátrida, con alguien que no vive en la misma realidad, con un alienígena con los papeles en regla y la doble nacionalidad terráquea. Después los caminos de todos estos seres se separaran hasta otro día, y unos comentarán lo extraño que es el ser extraño, y ese ser extraño condenará a sus pensamientos a rumiar sobre lo ajeno que se siente respecto al mundo que lo rodea y las personas que lo comparten.

Tú eres ese ser extraño. ¿No lo eres? ¿Estás seguro? Ok. Pues si no lo eres, no lo dudes: lo tienes sentado al lado. En el autobús, en el trabajo, en una foto con la familia. Está ahí. En algunas ocasiones no tanto, pero normalmente es muy fácil detectarlo: es el introvertido, taciturno, transparente, el que quizá no te importe que esté presente, pero ni siquiera notas su ausencia cuando no está. O quizá sea el tío raro, cuya comparecencia te incomoda porque no tienes nada que quieras añadir en ese entorno compartido con él. O el que parece gilipollas, el que se acopla a las conversaciones y tiene un comportamiento raro, probablemente fruto de la inseguridad y nerviosismo que le produce intentar encajar contigo y los demás concurrentes sabiendo que ninguno es capaz de discernir el espantoso esfuerzo que le supone realizarlo. ¿Y sabes quién puede ser también? Ese ser extraño que te da pena, porque siempre está solo y quiere estar solo, aunque no ves a simple vista rareza alguna que le impida ser como todos, o como tú. Todos esos seres extraños, con independencia de su característica definitoria, habitan entre dos mundos, como un acróbata que ejecuta saltos alternativamente entre dos realidades distintas unidas por una simple cuerda tan floja como invisible.

Ahí dentro hay una persona. De verdad. Y si esa persona es invisible, o bicho raro, o el aislado, o el que os incomoda que encaje pero él siempre lo intenta a pesar de que todos, incluso él, crean que no es una buena idea pero es la que hay, probablemente sufra más que tú. Generalizando, que siempre es un error hacerlo, pero también es un error sufrir y no es algo realmente evitable. El caso es que ahí dentro hay una persona, es de carne y hueso por fuera incluso aunque sea de los invisibles, y está compuesto por vísceras y asquerosidades varias en su interior. Su cerebro fluye, sus neuronas trabajan, su vida se pasa y le pesa, y generalizando de nuevo, tú no le sueles ayudar a incorporarse porque bastante atareado o atareada estás con tu vida como para “salvarle” de la suya, aunque casi nunca se quieran salvar de la misma en realidad. Pero por si acaso, tan solo por si acaso, intenta echarle una mano. Puede que encuentres a la persona que habita dentro de esa figura apenas visible, e incluso reveles al mundo una existencia que realmente te deslumbre. En nuestra individualidad olvidamos a los que no se sienten capaces de representarse como ellos mismos quieren, y sin darles la mano puede que no se presenten nunca. Pero sin acercarte nunca lo descubrirás.

Échale una mano. Quizá ese ser extraño no quiera, o ello le incomode, o ni siquiera lo sepa, pero está deseando que se la tiendas.

40 comentarios en “El acróbata invisible

  1. ¡Hola las crónicas! Leí ayer el texto y me hizo gracia, porqué ayer me sentía extraño, más extraño que el resto de gente. Y hoy que me siento más normal, puedo decirte que todo el mundo es extraño y en eso está la gracia. ¡Que aburrido será el día que todos seamos iguales?!
    Ayer por la noche, vi un reportaje por la tele donde se veían un conjunto de modelos haciendo los mismos gestos y pensé que aburrido sería encontrar a todas las mujeres iguales, la gracia está en poder escoger y que cada una sea diferente.
    ¡De la misma forma! ¡No sería aburrido que todos los hombres fuéramos iguales?!
    El problema creo que yo es que tenemos mucha censura en la sociedad, nos prohiben y nos manipulan, porque a ellos también les prohiben y les manipulan, todo el mundo hace lo que le hacen a ellos y creen que es lo correcto.
    ¡A mi me gustaría que hubiera libertad! ¡Que se pudiera hablar de todo! ¡Que no hubiera tabús!
    Pero las sociedad se construyen poco a poco y la nuestra la tenemos muy descuidada…

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    1. Es que como dices la gracia está en la diversidad, y de hecho si todos compartiéramos una misma mentalidad y forma de ver las cosas no podríamos haber evolucionado como especie. Yendo más allá, en las distopías el mundo catastrófico en el que se desarrollan suele plasmar una realidad en la que toda la especie humana piensa y se comporta de manera uniforme.
      ¡Seamos bichos raros! (Y aceptemos ayuda cuando la necesitemos si nos sentimos seres demasiado extraños).
      Gracias por comentar, David, un saludo!

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    1. Posiblemente ser el raro sea lo mejor en determinados contextos y coyunturas, aunque el pesar en dichas situaciones siga recayendo sobre el ser extraño. Quién sabe, quizás en algún momento y lugar concreto se dé la vuelta a la tortilla y sea la realidad del raro la que se imponga a la «verdad» de la mayoría.
      Muchas gracias por el comentario y el cumplido, un saludo!

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  5. Adrián me ha encantado este escrito. Con él me has enseñado que siempre hay un acróbata invisible a nuestro lado pidiéndonos ayuda en silencio y diciéndonos que nosotros podemos ser hoy una persona »normal», entre comillas porque cada uno a su manera es diferente, y mañana podemos ser como él. Podemos no encajar, no hablar por miedo, desesperación, vergüenza. Por favor sigue escribiendo, enseñándole lecciones muy importantes, como esta, a tus lectores y aportando tu grano de arena para que haya más gente amable. Sensible. Y sobre todo atenta. ENHORABUENA.

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